Aproxímese alejándose, mire viendo y desee sin desear, viva el encuentro del sueño sin dormir, este atento volando y sienta pensando!
Varios zapatos desparramados alrededor de la cama, cientos de piernas que se mueven cada vez mas lentas, el sudor y la suavidad que suele sentirse al sentir de cerca cabellos ajenos necesariamente revueltos. Situaciones diversas que se pueden imaginar destacadas y vistas desde un ángulo oscuro y elevado. Las expresiones que aparecen en el dolor pueden ser de placer. Y el si rotundo de esas afirmaciones lentamente concluyentes que expresan esas ganas inmensas de ver por la ventana del arte. Si las explicaciones fuesen corduras atadas siempre al mismo mástil, resultaría imprescindible revivir la filosa artesanía de la edad de bronce.
¿A que me refiero? Exactamente, casi exactamente, a la imagen de un hombre hecho de amor que desesperadamente quiere expresar su último sentimiento de escenario flexible y surreal, vivir de una vez por todas todo eso que sueña.
¿Nunca quiso estar dentro de una película? No en el sentido reflexivo, porque así sería imposible, más bien por un haz de luz que permite en menos de un viento vivir lo que no es vivible de otra manera. Surgir de las imágenes, sentir lo expresado y meditar en centésimas transportándonos a lo contado. Ese “ver” por primera vez. Como percibir colores que no existen. Movernos despacio dentro de los estados, ser cuidadosos observadores. Oler el piso mojado de un empedrado recién llovido.
¿Entonces siente lo mismo que yo? ¿Quiere viajar a través de la luz? Pero si puede! No es ninguna novedad cerrar los ojos, donde la luz es infinita, donde todos somos iguales.
Porque las montañas casi no existen a veces, al menos no para los que no las subimos a diario. No subirlas en el sentido de imagen pasajera, más bien fundar una minuciosa situación mental con múltiples posibilidades pero claridad en los pasos y piedras y pastizales y arroyos y soles con variadas tonalidades, cansancio y éxtasis, mirando el suelo que no es suelo sino tierra desconocida. Ahí es cuando subimos la cabeza y vemos el azul que recorta la montaña, sabemos que estamos ante una montaña, ese momento se hace evidente y “eso es algo”.
Estamos vivos y vivimos en el paisaje que pintamos.
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