30/7/10

Cuento II



     A Inés y María Marta

Me desperté en mi cama y sin levantarme sentí que llovía. Miré de reojo la ventana que tenía adheridas algunas gotas de una lluvia que recién se había ido y dejaba sus rastros. Sentí el frío que entraba mientras me tapaba una vez más con la manta roja a cuadros. No se bien porqué pero esa imagen mía me gustaba, y me sigue gustando ahora que lo recuerdo. Saber que era domingo, sentir el frío, mover las frazadas y almohadones que se mezclan con el cuerpo. Todo se reduce a ese encuentro con la mañana recién despertada.
Fui al baño y después a la cocina a tomar un vaso de leche fría, después volví al cuarto y puse a Keith Jarret. Me senté en la computadora para leer algunas cosas que me habían quedado pendientes de la noche anterior. Me puse un abrigo y medias en los pies. Sonó el teléfono y era una amiga, que entre otras cosas, me contaba que se había rebanado el dedo haciendo una maqueta para la facultad. Pensé en la suerte que tenía de haber terminado el cuatrimestre mientras miraba mis dedos intactos. Ella seguía dándome detalles sobre cómo la sangre le había chorreado sobre las laminas y de cómo conseguiría hacer las entregas a tiempo aunque su dedo necesitaría reposo, después me preguntó si podía borrar un dibujo al que ya le había echado fijador y lamentablemente le dije que no.
Me puse a dibujar un personaje con las manos cruzadas y algunas otras caras, manos y pies esqueléticos. Manché un poco todo y lo di por concluido.
Entonces agarré un libro que mi vieja me había dejado en el escritorio para que leyera cuando quisiera, era uno de cuentos, me quedé viendo la tapa un largo rato mientras pensaba en otra cosa. Lo abrí y elegí un cuento cualquiera, el titulo que más me llamó la atención fue Agnus Dei. Recordé la canción de Almendra que se llamaba igual, esa canción me encantaba, duraba 14 minutos y era una historia que pasaba por muchísimos lugares. Me pregunté que significaría Agnus Dei, si algo en latín que Spinetta y la autora del libro sabían y yo ignoraba. Tenía Internet al lado mío y podría haberme fijado rápidamente su significado pero preferí no hacerlo.
Leí cuidadosamente las dos primeras hojas, las imágenes que se me presentaban eran claras y hermosas. La llegada a un campo por un sendero lluvioso, el olor de la tierra mojada, un asador dispuesto a contar una larga historia, momentos que se mostraban con una viveza enorme. Sentí lastima por no poder seguir leyendo, pero mi atención se había desviado hacia otra cosa, yo también quería escribir un cuento y esas pequeñas hojas me habían dado las herramientas. Cambié la música y puse la canción de Almendra. Empecé a escribir todo lo que me había pasado durante el día. Me costaba bastante, pero de a poco iba avanzando.
Las canciones pasaban y yo seguía escribiendo, Spinetta ahora estaba cantando la segunda parte de Muchacha ojos de papel que se llama Para ir. En realidad yo la llamaba “segunda parte” por el momento en que dice “Quiero que sepan hoy qué color es el que robé cuando dormías”. Seguía avanzando en mi cuento, tratando de recopilar minuciosamente los momentos que había vivido durante el día. Así llegó el momento en que me disponía a escribir sobre las hojas que había leído en Agnus Dei. Entonces me pareció injusto no haber terminado el cuento que venia tan bien y que probablemente le había tomado tanto esfuerzo escribir a la autora. Agarré el libro, que tenia al lado, y lo abrí nuevamente en la hoja que tenia una lapicera como separador.
Leí todo el cuento de corrido. Me quedé encantado al terminar, suspiré pensando que al menos alguien me entendería. No sabía ciertamente como terminaría mi cuento ni el de María Marta. Uno dependía del otro, uno existía y el otro no. Estaba sorprendido por el final, estoy sorprendido.



No hay comentarios: