3/6/10

Ya era un ritual (cuento)


Ya era un ritual. Todas las tardes a la misma hora venían y revoloteaban en la ventana de la cocina. Eso duraba un tiempo corto, el tiempo que tarda en ponerse el sol. No solo se trenzaban entre ellas, además se chocaban contra el vidrio una y otra vez mientras ensayaban sus fieles danzas. Querían algo más, algo que solo parecían encontrar en el piso once. Seria el clima o la atmósfera que se sentía perfecta a tal altura, tal vez la luz del hogar les atraía limpiamente, no sé, no soy una mariposa. No podía ser casualidad que siempre al caer la tarde asistieran puntuales, como dando un espectáculo, una pareja de mariposas negras con tocado naranja. ¿Sería siempre el mismo grupo de mariposas aficionadas? ¿Sólo vendrían a mí ventana o se pasearían por los demás pisos? ¿Teníamos algo particular que les hacia practicar su demostración protocolar justo en frente nuestro o era puro azar? Me parecía sumamente curioso que durante un periodo de tiempo no muy corto como podía ser toda la primavera, viniesen a la misma hora un par de mariposas a quedar suspendidas en el aire bailando y chocándose contra mi ventana de vidrio. No es que no me parecieran hermosas, simplemente me resultaba inmensamente llamativo todo lo que sucedía. Hay quienes afirman que solo viven un día. Que atractivo fue advertir que, en el caso que viviesen solo un día, fueran capaces de dedicarle tanto tiempo e importancia a esta actividad, ofreciendo tal baile mágico que duraba gran parte de sus vidas.
No recuerdo bien que época era, se que no hacia demasiado frió porque una vez una de ellas logro filtrarse por la ventana que solía estar un poco abierta. Así es que en uno de esos anocheceres la mariposa entro en mi cuarto. La quise atrapar, o en realidad quise echarla, pero no podía porque sencillamente si abría demasiado la ventana como para que se vaya una, entraría la otra. Preferí, entonces, dejarla quedarse en mi habitación. La otra, la que estaba afuera, consideró que no era demasiado importante el hecho de que su compañera se encontrara atrapada dentro de mi cuarto, y pronto desapareció. Entonces ahí estaba yo, comprometido con una especie de pequeñísima ave que tanto difería de mí. Su forma era distinta, sus rituales eran distintos ¡y hasta su tiempo era distinto! Que iba a hacer yo ahí con esa frágil criatura ¿Acaso ella me obligaría a batir lentamente mis brazos y entremezclarme en su danza? ¿O yo la terminaría haciendo polvo de un zapatazo suministrándole valor humano? Como siempre tuve compasión por los animales descarté la opción del zapato y me tranquilice cuando dejo de volar. De todas maneras moriría durante la noche, pensé. Luego cerré la ventana del todo, me eche en la cama y me quede mirando casi a oscuras los destellos del diseño que tenia tatuado en sus espaldas. Me dio vergüenza pensar que ella me pudiese estar mirando a mí también. Estaba tan cómodo que hasta creo que me quedé dormido.
Me desperté en medio de una saliva inmensa, sintiéndome cansado como un humano. Me pareció fantástico, casi liberador el poder salir de tanta cápsula. Partí volando de mi casa como si fuese un niño de nuevo, realmente me habían venido bien las horas dormidas. Hasta parecía haberme olvidado todo lo de la mariposa. Fui para la plaza, tenía una reunión con los compañeros de un taller de meditación que había empezado hace un tiempo, iban a estar esperándome ahí. Llegué unos cuarenta y cinco segundos tarde y ya se estaban dispersando, cada grupo por su lado. Desesperado me uní a un montón que ya estaba yéndose. La pequeña colectividad estaba avanzando en plena meditación dinámica, bailaban rigurosamente calle abajo. Me familiarice bien rápido con los cánticos y los rituales que parecían cotidianos.
Nos encontrábamos reunidos en el parque de uno de esos edificios que estaban por la zona. Ya empezaba ese calor de revoloteo, las luces de los ambientes que parecían enormes focos mirándonos desde arriba, el sol que bañaba todo de rosado, casi fucsia, todo resplandecía. Ya volvía a atardecer y era momento de seducir, de iniciarse. Por mi parte yo estaba bastante impresionado y no me podía quedar quieto, saltaba de acá para allá, me sentía en un paraíso. Pronto noté que unos detrás de otros empezabamos a movernos, a girar y elevarnos, despidiendo descargas y destellos casi invisibles detrás de nuestras alas. Nos remontábamos de a poco, sin ser rozados por el aire, en una compleja danza geométrica. Y así desfilábamos uno por uno hasta llegar al piso once donde nos mirarían curiosamente como de costumbre. Ahí practicamos nuestras danzas de preparación para los recién nacidos y la despedida de los más ancianos. Era más especial que otros lugares, la luz daba perfectamente sobre las finas cortinas del departamento y las encendía de una manera más que llamativa. Los niños y los más jóvenes, como yo, debíamos chocar la pared de vidrio demostrando nuestras fuerzas. En cambio los mas viejos, los nacidos la noche anterior, se quedarían con sus parejas dando pequeñas demostraciones y mirando el espectáculo. En un instante, esa tarde o cualquier otra, intentando golpear la ventana me metí en el cuarto del chico, casi inocentemente. Ahí me quedé un rato posando en el techo que ya se hacia oscuro. Me apoye sobre una de las lámparas que recién se había apagado, el chico se acostó y me lo quedé mirando un rato desde arriba. Sus ojos brillaban marrones, como los de un gato en la oscuridad. De pronto como si un peso comenzara a ceder, me fui quedando dormido.


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